La red de contención alimentaria que durante años funcionó en los barrios de San Nicolás atraviesa uno de sus momentos más críticos. Merenderos y comedores comunitarios comenzaron a cerrar sus puertas, no por falta de necesidad, sino por la imposibilidad de sostener la compra de alimentos frente a una demanda que no deja de aumentar. Hasta 2022, cada barrio contaba al menos con un espacio donde niñas, niños y adultos mayores encontraban una comida diaria. Ese entramado empezó a deshilacharse con el tiempo. Hoy, los pocos comedores que permanecen activos lo hacen con enormes dificultades: redujeron la entrega de viandas a tres veces por semana, algunos a una sola, y otros cocinan únicamente cuando logran reunir los insumos necesarios. “Cerraron muchos y la gente ya se acostumbró a que sea así. Viven el día a día”, explican responsables de estos espacios, que describen un escenario de extrema fragilidad social. “Quedaron muy pocos, contados con las dos manos”, agregan. Uno de los comedores que continúa funcionando es el que gestiona la ONG Jóvenes Valientes. Allí, unas 250 familias se acercan en busca de un plato de comida. El esfuerzo cotidiano es enorme y los números son contundentes. Preparar una olla con 15 kilos de arroz implica hoy un gasto cercano a los 27 mil pesos. Si el menú incluye fideos, el costo asciende aún más: alimentar a unas 300 personas requiere alrededor de 30 kilos, lo que representa unos 90 mil pesos solo en ese insumo. “Tratamos de variar con verduras, pollo y arroz, pero muchas veces cocinamos lo que podemos. Siempre pedimos ayuda. Hay gente solidaria que colabora, pero la necesidad es enorme”, señalan desde la organización. En promedio, una jornada de cocina demanda entre 70 mil y 100 mil pesos, dependiendo del menú. El impacto del cierre de estos espacios se percibe en las calles. Referentes barriales advierten un crecimiento de familias que buscan restos de alimentos en los contenedores de residuos del centro y de otros puntos de la ciudad. “La gente vive el día a día. Muchos salen a buscar lo que sea para poder subsistir”, relatan. Otro dato que refleja la profundidad del problema es la movilidad que, en años recientes, se observó entre los barrios. Durante 2023, muchas personas cruzaban de una zona a otra para acceder a más de una comida diaria. Hoy, con menos comedores abiertos, esa posibilidad prácticamente desapareció. Algunos espacios reciben asistencia de programas oficiales o de organizaciones religiosas, pero quienes están al frente coinciden en que no alcanza. “Cocinar para tanta gente sin ayuda sostenida no es viable”, advierten. Incluso intentos de acceder a tarjetas o aportes específicos se topan con demoras o trabas que dificultan la continuidad. Opinión pública La desaparición progresiva de merenderos y comedores no es solo un dato social: es una señal de alerta. Cuando los espacios comunitarios dejan de funcionar, la urgencia no se esfuma, simplemente cambia de lugar. Ignorar esta realidad implica aceptar que la asistencia básica quede librada a la buena voluntad y al esfuerzo individual, una salida frágil para un problema que requiere respuestas estructurales y sostenidas. NORTE HOY